Lo que se encontraron a 18 millas de Alhucemas los tripulantes de la Salvamar era atroz. Cadáveres desperdigados alrededor de la patera rota partida por su quilla mientras los inmigrantes “se agarraban como podían a los flotadores de la lancha semirrígida y a la balsa” que previamente les había lanzado el avión de salvamento Sasemar 101. A pesar de la gravedad del momento, no hubo escenas de pánico mientras el equipo de salvamento y los guardias civiles que los auxiliaban los iban sacando del agua, porque los inmigrantes, ateridos por el frío, no podían hablar ni moverse por el cansancio y el agarrotamiento de sus músculos. Todos los implicados coinciden en que fue el peor rescate de los dos últimos años. Un retraso de una hora más y no hubiera sobrevivido ninguno.
Desde que la patera fue avistada (atestada pero navegando) por un avión del servicio de fronteras europeo Frontex a la 1.20 de la madrugada del jueves, hasta que los náufragos comenzaron a subir a la lancha de salvamento Salvamar Hamal, pasadas las tres de la tarde, transcurrieron más de 12 horas vitales. El barco español se desplazó después al puerto marroquí de Alhucemas, el más cercano, para desembarcar a los rescatados, pero Marruecos se negó a acogerlos. Solo se quedaron con uno de los supervivientes, el más grave, según la versión oficial. Los rescatadores mascullan, sin embargo, que no se encontraba peor que los demás; que el hecho de quedárselo fue algo así como “un gesto de buena voluntad”.
El entierro de siete de los primeros 14 subsaharianos fallecidos en la tarde del jueves al naufragar su patera a solo 18 millas del puerto de Alhucemas mientras trataban de alcanzar las costas españolas, transcurrió este viernes bajo una lluvia pesada y constante. Eso hizo todavía más duro el trabajo de los sepultureros del cementerio municipal de Motril (Granada). A veces el tiempo acompaña la gravedad de los acontecimientos.
El acto fúnebre fue mucho más concurrido de lo que cabía esperar tratándose de personas de las que se desconoce casi todo: su nombre y apellidos, su nacionalidad, su ciudad de origen, su profesión… Una cincuentena de vecinos, muchos de ellos miembros de ONG como Cruz Roja y Motril Acoge, acompañados de la alcaldesa y varios concejales quisieron dar dignidad a un sepelio al que no estaba invitado nadie.
Sin embargo, los asistentes, a medida que llegan, se comportan como en cualquier otro entierro. Algunos cooperantes se dan el pésame entre sí como si entre los muertos se encontrara algún familiar. Otros se preguntan si esta tragedia, ocurrida en el mar territorial marroquí, se pudo haber evitado y apuntan a la descoordinación con las autoridades de ese país. “La patera fue avistada en la madrugada anterior, ¿cómo es posible que no dejaran actuar a Salvamento Marítimo inmediatamente?”, se pregunta un voluntario de Cruz Roja que prefiere no dar su nombre. “Marruecos nos ha permitido desplegar decenas de rescates en sus aguas en los últimos años”, añade.
De los 17 rescatados que fueron conducidos a Motril, 15 permanencen recluidos en el centro de detención y primera asistencia del puerto custodiados por la policía. Una mujer embarazada de tres meses fue ingresada en el hospital Santa Ana de Motril, mientras que la única menor —las pruebas oseométricas determinaron que lo era— fue conducida a un centro de menores de Granada. Algunos de los que los atendieron sospechan que ambas han sido víctimas de trata antes de la travesía. Y que el patrón de la embarcación se encontraría entre los que se salvaron. Marruecos anunció este viernes que habían recuperado nueve cadáveres más, así como tres subsaharianos heridos y una mujer embarazada, informa Efe. Pero según sus autoridades sanitarias procedían de una segunda barca que naufragó el viernes y en la que viajaban otras 49 personas.
Nueve forenses del Instituto de Medicina Legal de Granada hicieron la autopsia a los 14 cadáveres trasladados el jueves a Motril. Entre ellos había dos menores y otros dos que podrían serlo, según su directora, Nieves Montero de Espinosa Rodríguez. Dos eran mujeres de unos 25 años y el resto hombres mayores de edad. Los forenses tomaron muestras de ADN (sanguíneo, muscular y óseo) de todos ellos así como una ficha dental que conservarán para poder identificarlos si algún familiar reclama los restos. Luego, los servicios funerarios los metieron en ataúdes —algunos de madera, otros, más baratos, de cartón piedra— y los trasladaron al cementerio de Motril. Sobre cada féretro, una etiqueta adhesiva: “Cadáver nº 14, diligencias previas 1342/12, Motril, 26/10/2012”. Los nichos en los que fueron inhumados no fueron adornados con lápidas. No había nombre que tallar en ellas.