todas las personas nacidas o naturalizadas en Estados Unidos y sometidas a su jurisdicción son ciudadanos estadunidenses y de las entidades en que residen. Al margen de que ambas medidas están condenadas a fracasar en el momento en que aterricen en el escritorio de algún juez, no son las más pertinentes para desestimular la llegada de migrantes procedentes del sur del río Bravo.
En una encuesta efectuada por la organización Gallup en junio del año pasado, 75 por ciento de los estadunidenses consideran que la inmigración es buena para el país. No hay información más reciente al respecto. Pero, en cada ocasión que el mandatario agrede con sus discursos y medidas contra de los migrantes, los medios informan que crece el número de personas que reprueban su política migratoria.
Está demostrado que no es con muros ni con castigos draconianos como se evitará que quienes huyen de la miseria y la violencia vayan a desistir en su intento de cruzar fronteras. También está demostrado que los países no pueden abrir sus fronteras sin ningún control a la migración indiscriminada. Pero lo evidente es que las medidas del gobierno de Trump distan mucho de ser las más indicadas para resolver un problema que va más allá de la necesidad que millones tienen de abandonar sus países de origen. Su estrategia para ganar los votos de quienes consideran que el país está en peligro de perder su identidad con la llegada y el nacimiento de cada vez más personas de color, pudiera revertirse en su contra tarde o temprano. Es muy pronto para concluir la forma en que estas medidas incidirán en su relección. Sin embargo, todo indica que sus tropiezos y errática conducta en materia económica, empezando por su desproporcionada comparación al presidente de la Reserva Federal con el premier chino, parecen abrir un paréntesis en su camino para relegirse.
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