P R Ó L O G O
Las fronteras no están donde creemos que están.
Las inventamos, son transitorias, por eso nunca acaban siendo esas fronteras inmóviles que pretendemos crear al construirlas.
Las fronteras humanas son irremediablemente porosas y tan sólo duran lo que tarda el aire en pasar de un lado al otro de aquello que dividen.
Son construcciones mudas que intentan separar lo inseparable.
Estamos a bordo del tren, encima de algún vagón, casi al final.
Éramos cuatro mexicanos, ocho salvadoreños, diez hondureños, dos guatemaltecos, cinco estadounidenses, dos colombianos y un español.
Compartimos una sandía una sandía que pudimos comprar mientras el tren pasaba despacito por algún pueblo cerca de Ciudad Ixtepec.
-Pinches paredes, son un absurdo compa – lo último que se escuchó antes de llegar al albergue del padre Alejandro Solalinde.
Pocas veces me he sentido tan vivo como arriba de ese tren.
No porque el miedo a la muerte esté presente en ese recorrido, sino por la fraternidad que había entre todos los que íbamos haciendo ese viaje infinito.
Éramos los primeros migrantes, de los muchos que ya fueron y vinieron, y de algunos que no regresaron nunca.
También nosotros andábamos juntos una vez más tratando de burlar al cíclope , cada quien con sus habilidades y sus virtudes.
Estamos/somos todo/s arriba de ese tren, sin nombre e invisibles para los de afuera, esperando que el día de la llegada a nuestro destino exista la posibilidad de volver a tener nombre, el que nosotros queramos.
Este libro también es migrante.
También construye su identidad mientras recorre el camino.
Lo escriben todos los compañeros de viaje que están arriba y abajo del tren..
Desde las vías del ferrocarril queditos, escribiendo, desde el origen y el destino: el significado de este viaje es de justicia social.
Que nunca más suceda lo que sucedió.
Que no se tenga que hacer el viaje para sobrevivir.
Que se encuentren los culpables y que vean su propio rostro en el de las personas que asesinaron.