- “Cuando la Vida está en Otra Parte” se titula el libro que sobre la migración indocumentada en México y EU ha publicado Mauricio Farah Gebara, el relato desgarrador de un fenómeno social que no es exagerado considerar como una crisis humanitaria.
Con decenas de testimonios de migrantes centroamericanos y mexicanos, extraídos de la más cruda realidad en la tarea de exigir el respeto a sus derechos humanos durante la época en que fue quinto visitador de la CNDH, Farah Gebara documenta que la violencia asociada al fenómeno social y humano de las migraciones se sostiene, en el caso de ésta de México a EU, en una extendida corrupción de lo público y a la más absoluta impunidad.
Aunque las autoridades de Migración o las diversas policías recurren siempre a la justificación de que las estadísticas asociadas al fenómeno, sobre todo las de la muerte, deben estar sustentadas en documentos como por ejemplo las actas de defunción, las cifras que ésta y otras obras manejan en realidad se quedan cortas.
Seis mil migrantes mexicanos han muerto durante los últimos 15 años en su intento de cruzar la frontera hacia EU. Hace 15 años, por medio de la Operación Guardián, EU endurecía el acceso de la mano de obra indocumentada, lo que ha propiciado que aumente el número de muertos, uno o dos cada día al intentar cruzar.
¿Cómo documentar esto con actas de defunción si tres de cada 10 que mueren son sepultados en la fosa común, sin que nadie sepa siquiera de su identidad? Y así, mientras en EU los entierran, en México desentierran a cientos que son víctimas del secuestro y el asesinato por parte de grupos de la delincuencia organizada. Porque ya no es ahora solamente el histórico abuso de las autoridades mexicanas contra quienes son al fin y al cabo —y tal es su razonamiento— los ilegales de esta historia.
Las primeras noticias de los secuestros de migrantes centroamericanos que transitaban por México hacia EU se tuvieron en 2007. Las dio a conocer el padre Alejandro Solalinde, del albergue Hermanos del Camino, ubicado en Ixtepec, Oaxaca. Nadie le hizo caso hasta que la Comisión Nacional de los Derecho Humanos documentó en 2009 que en ese año 9 mil 758 migrantes centroamericanos habían sido víctimas de secuestro y vejaciones diversas en medio de una red de complicidad tejida entre la autoridad y la delincuencia organizada.
El número de secuestros —según información de organizaciones no gubernamentales— creció en 2010 al pasar a 11 mil 333 víctimas.
Y en el lapso de 2010 a 2011, la Procuraduría General de la República sólo conoció de cuatro casos de secuestro de migrantes centroamericanos indocumentados.
Otros datos duros para dimensionar este drama humano: más de 3 mil menores de edad que buscan la oportunidad de cruzar para alcanzar a padres o madres que en el mejor de los casos sólo han conocido por teléfono, trabajan en la frontera como vendedores ambulantes, cargadores, recogedores de basura o en la prostitución. Por lo menos la mitad de ellos —según la Organización Internacional para las Migraciones— llega a involucrarse en la delincuencia organizada o el crimen común. Y muchos que cruzan la frontera son finalmente detenidos antes de localizar a sus familiares. Tan sólo el año pasado, el gobierno de EU entregó al de México a 14 mil 237 niños migrantes no acompañados, de los que 11 mil 520 eran mexicanos y 2 mil 717 de otras nacionalidades.
En fin, el drama ahí está y parece que nadie lo quiere ver. Hablamos de 6 mil muertos en 15 años que son muchísimos, pero que ocurren poco a poco, cada día. A nadie le importa esta muerte por goteo.
rrodriguez@angularotmail.com
@RaulRodriguezC