Por Marco Tulio Bahena
El canciller mexicano Marcelo Ebrard, se dejó caer en Washington, pero no como el borras como quiso parecer sino con una hoja de ruta bien pensada, y el sábado 1 de junio sostenía reuniones con su equipo en la embajada mexicana.
El martes 4 de junio, el subsecretario para América del Norte Jesús Seade, decidió abandonar la negociación en Washington, porque, juzgó, Marcelo Ebrard había concedido demasiado a los negociadores de Trump, incluso, antes de que se lo pidieran. Concesiones extremas en materia migratoria: despliegue de soldados de la Guardia Nacional en el sur de México, pero también en el norte. Militarización del Instituto Nacional de Migración, y la renuncia del migrantólogo Tonatiuh Guillén, opuesto a ceder a las presiones de la administración Trump.
Si Seade hubiese permanecido en la mesa de negociaciones en el Departamento de Estado, quizás, la Casa Blanca, hubiera convocado al representante comercial Robert Lighthizer, quien como el yerno incómodo, Jared Kushner, mantiene buena comunicación con el subsecretario, cosa que no ocurre entre él y la ministra canadiense Crysthia Freeland.
La tensión entre Ebrard y Seade fue creciendo desde que el académico, con años de residencia en Hong Kong, reiteró varias veces, que había que esperar si Trump realmente imponía aranceles, después del abierto rechazo a esta medida, del senador republicano Chuck Grassley de Iowa, de los agricultores de otros estados, de la American Chamber of Commerce y de los dueños de armadoras, quienes se quejaron en el Congreso, y ante el mismo Lighthizer, quien también cuestionó la amenaza arancelaria. La cadena Taco Bell, con 6 mil sucursales en Estados Unidos, financiadora de los candidatos republicanos, vive gracias al aguacate mexicano, recordaron en su momento los empresarios anti aranceles.
El peso mexicano, decían a fines de mayo los banqueros mexicanos, consultados por el equipo de Seade, no se iba a depreciar más de lo que ya había padecido con la amenaza de Trump. Para el viernes 31 de mayo, Trump, tras un lago viaje a Normandía, mantenía una amenaza verbal, sin alcanzar a firmar aranceles del 5%. Llegó hasta la tarde, a la Casa Blanca, cuando la Bolsa Mexicana de Valores se encontraba ya cerrada. No existía pues, el peligro de que la Bolsa sufriera ese viernes los efectos de una imposición de aranceles. Recordaban, además, los asesores de Seade, que desde 1994, no existen cuentas bancarias para cobrarlos, porque se extinguieron con el TLCAN.
Seade apostaba por estirar la cuerda, no tenerle miedo a Trump, y en caso de que éste cumpliera su amenaza, México debería acudir a la solución de controversias, que marca el TLCAN, y llegar al panel de la Organización Mundial de Comercio. Seade afirmaba que el Banco Mundial y FMI, entre otros organismos, habrían condenado duramente, los aranceles del 5%. Que el Presidente AMLO tendría que acudir a la Cumbre del G 20 en Japón el 28 de junio para recibir el respaldo internacional, no sólo de la Unión Europea, sino de Asia, en especial China, contra los aranceles de Trump. En este escenario México, hubiera aparecido como el paladín del libre tránsito de quienes se ven forzados a emigrar, el país defensor de sus derechos humanos, como cuando recibió el éxodo de la guerra civil de España, de las dictaduras latinoamericanas y de Centroamérica, tal como se comprometió en diciembre pasado el mismo Ebrard, al firmar el Pacto de MarraKesh de la ONU para una migración segura, ordenada y regular.
Sacrificar la relación “neutral” hacia Venezuela también quedó en el paquete de entrega de Ebrard, quien viajó a Washington con la venia de AMLO. Ni hablar de reestablecer relaciones plenas con Corea del Norte, luego de que el excanciller Luis Videgaray expulsó al embajador de ese país de México. Durante esa semana funesta, Ebrard entregó todo a Trump y quizás, fue palomeado por Trump como precandidato presidencial mexicano para el 2024.
Por medio de la diplomacia de Ebrard, México, llegó a construir el muro en su frontera sur, pagándolo además con su Guardia Nacional (al menos 15 mil soldados desplegados), para convertirse pronto, en Tercer País Seguro, al recibir a miles de centroamericanos deportados a la frontera mexicana, en un plazo demasiado corto y sin recibir nada a cambio.
De haberse puesto firme, México mantendría su escasa soberanía, no se cazaría a migrantes, como nunca antes se ha hecho y no no hubiera entregado en bandeja de oro una victoria a Trump para afinar su campaña electoral por la reelección. Los demócratas hubieran apreciado este gesto y quizás, dejarían de obstaculizar la ratificación del TMEC, antes del receso de verano este agosto.
En Tijuana, el sábado 8 de junio, Ebrard apareció como héroe de una negociación que no benefició a México, en un mitin que olía al viejo PRI, con la ausencia de las ongs migrantes y sí con la presencia de evangélicos, donde Porfirio Muñoz Ledo fue la voz discordante. También, lo fue en el Senado en la comparecencia de Ebrard, el 14 de junio. Lo será en caso de que Trump visite México el 7 de septiembre, para reunirse con AMLO y de que el Congreso, con mayoría de Morena, desee aprobar la modalidad de Tercer País Seguro en un cambio de la ley de migración aún vigente.
Una mentalidad alejada del neoliberalismo no debe calcular el costo político de las decisiones que se tomen en términos bursátiles o financieros como la depreciación del peso frente al dolar. El pueblo necesita salud, alimento, educación y una relación sustentable con sus entornos naturales, no más. Mientras eso no este en riesgo no debemos dejar que se nos espante con el “petate del muerto de los aranceles. Tarde o temprano tendremos que abandonar la cultura neoliberal del superconsumo. Tenemos que pensar en términos de qué hay que producir para que a ningún mexicano le falte lo principal y no para exportar y tener mucho dinero para derrocharlo en cosas vanas.