Biznagas, los propios orines e incluso hasta un ratón de monte consumió un grupo de migrantes en su travesía para cruzar la frontera por Arizona.
Originario de Cuernavaca, Morelos, Pablo Vargas, tiene 34 años, de los cuales pasó los últimos 15 años en Anaheim, California, donde se quedó su novia en estado de embarazo.
Como decenas de migrantes, Pablo fue deportado hace unas semanas y tenía cita en una corte para conocer su situación migratoria, pero fue atropellado y no pudo acudir.
Como respuesta se ordenó su deportación.
No pudo hacer nada.
En México se aventuró junto con otras cinco personas a cruzar por Sonoyta, Sonora.
Cada uno traía cuatro galones de agua y algunos alimentos.
El grupo de migrantes duró quince días vagando en el desierto.
“Nos quedamos tirados por falta de agua y comida, llevábamos cuatro galones de agua cada quien, íbamos buscando qué comer, comíamos biznagas, le sacábamos el agua”, narró.
Hojas, pitayas, hasta unas “bolitas” de unos árboles cuyo nombre no recuerda, se comieron del hambre que tenían.
“Se te suelta la panza, te deshidratas, pero tienes que ir buscando”, relató, sobre su aventura en busca de una mejor calidad de vida.
El desierto está rodeado de cañones y peñas áridas.
Los agentes de la Patrulla Fronteriza están por doquier, la seguridad es extrema, al igual que las altas temperaturas que son mortales para quienes intentan ingresar ilegalmente desde el Estado de Sonora.
Pablo en su recorrido encontró varias tumbas, probablemente de migrantes que no alcanzaron a sobrevivir y cerca de unas vías les proporcionaron unos galones con agua que les permitieron aguantar un poco más.
“En una madriguera vimos unos ratones de campo, agarramos uno y lo asamos, es lo que comimos una vez”, expresó Pablo.