ALEJANDRA ARTEAGA
Helmer Ríos llegó a México sin zapatos. Los había vendido en Guatemala porque se le acabaron las 600 lempiras -unos 377 pesos- con los que salió de Honduras y debía llegar a México para encontrar un trabajo.
En su país la violencia había vuelto su vida imposible y llegar a Estados Unidos era demasiado caro y peligroso. México era su opción más barata y segura.
Cuando encontró trabajo de albañil en Tapachula, se sintió más o menos en casa: sus compañeros no hablaban mexicano, sino guatemalteco. Eran como él, migrantes indocumentados.
El número de guatemaltecos que llegó a trabajar a México creció de 148 mil en el primer trimestre de 2013, a 207 mil en el mismo periodo de 2014, según datos de la Encuesta sobre Migración en las Fronteras Norte y Sur de México. La mayoría huye de la violencia y añora una oportunidad laboral.
Helmer, de 23 años, le prometió a su esposa que encontraría un trabajo y le mandaría dinero suficiente para mantener a sus dos hijos, de dos y cuatro años, en San Pedro Sula, y que ahorraría para sacarlos del barrio hondureño en donde fue amenazado por los ‘mareros’.
En su paso por Guatemala, buscó un empleo que le permitiera seguir, pero no lo encontró. “Por eso hay tantos guatemaltecos en la obra, ellos tampoco tienen trabajo y allá les pagan menos”, dijo.
Ya sin una lempira en la bolsa y con un día entero sin comer, Helmer dio sus zapatos a cambio del viaje que lo llevaría a la ciudad fronteriza de Tecún Umán para cruzar la frontera a México.
Un balsero lo cruzó gratis de Guatemala a Ciudad Hidalgo, en Chiapas y de ahí caminó descalzo hasta el albergue “Todo por ellos” en Tapachula.
El primer día visitó 25 o 30 lugares buscando trabajo hasta que encontró una obra de construcción en la que no le pidieron ningún documento migratorio. Le pagan casi 15 pesos más que los 108 pesos diarios que recibía por el mismo trabajo en Honduras.
En la frontera sur de México hay dos tipos de migrantes laborales, explica Martha Rojas, investigadora del Colegio de la Frontera Sur: los transitorios, que consiguieron empleo durante su camino a la frontera con Estados Unidos, y los temporales, que cada año cruzan para emplearse durante una temporada.
En el parque central de Tapachula, Edwin, de 51 años, pasaba horas sin moverse. En El Salvador era arquitecto desempleado, en México, fue una estatua viviente que sobrevivía con las monedas que le dejaban los transeúntes. Hasta que lo desalojaron de la plaza con el resto de trabajadores informales. Quedó desempleado.
Helmer y Edwin son migrantes transitorios, que la investigadora Rojas dice son en su mayoría salvadoreños y hondureños que salieron de sus países por violencia o desempleo, mientras los trabajadores temporales son mayoritariamente de Guatemala, país de migración laboral histórica con México.
Rojas dijo que una parte de los trabajadores guatemaltecos que llegan a México cuentan con un permiso laboral del Instituto Nacional de Migración, pero que otra gran parte son indocumentados.
De los centroamericanos que obtuvieron permisos del Instituto Nacional de Migración para laborar en los estados fronterizos de México, el 95 por ciento se encuentra en Chiapas, según datos de la Secretaría de Gobernación.
La investigadora Martha Rojas dijo que “los trabajadores agrícolas, que llegan a ciertas actividades por temporada, la mayoría por el cultivo del café”.
En los campos cafetaleros de la comunidad de Cacahoatán, en Bellavista, la mitad de los jornaleros son centroamericanos. Por cada cinco jornaleros mexicanos, el productor cafetalero Najario Roblero contrata a tres centroamericanos que estén dispuestos a realizar el mismo trabajo con menos paga.
En la finca de Roblero, los centroamericanos reciben 60 pesos por un día de trabajo, 40 pesos menos que los chiapanecos.
“Necesitamos mano de obra de otros trabajadores”, explica Roblero.
“Ganan lo mismo, ganan inclusive menos que lo que gana un trabajador mexicano, lo que sí es que hay trabajo seguro. Llegan y hay trabajo porque no hay mano de obra local que lo haga. Uno de los factores que influyó la migración de los chiapanecos hacia Estados Unidos es precisamente los bajos salarios que hay en el estado”, dice Rojas..
“Nosotros ocupamos voluntariamente, porque no los forzamos, no vamos a traerlos a sus casa, ellos llegan, nos buscan”, comenta el cafetalero
Dice que les paga menos a los guatemaltecos porque les da vivienda en el rancho comida todos los días , mientras que los chiapanecos no viven ni comen ahí.
Diego Lorentes, director de la asociación civil Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova, explica que los centroamericanos en Chiapas trabajan en el sector agrícola y de construcción, trabajo del hogar, comerciantes, ambulantaje y trabajo sexual, sectores donde hay explotación laboral.
En un año, el centro asistió a 500 migrantes con casos de abuso laboral en Chiapas.
“Son familias completas que vienen al trabajo agrícola, principalmente indígenas, que vienen de los departamentos fronterizos con Chiapas, es decir, San Marcos y Huehuetenango y, un poco, El Quiché, que vienen a las fincas cafetaleras o frutales a ayudar en las temporadas de cosechas”, dice.
Los empresarios mexicanos pagan la mano de obra de los centroamericanos a menor precio y sin prestaciones, explica Lorentes. Ser indocumentados “les impide exigir sus derechos laborales, tener contrato, prestaciones, seguros social, trabajan en una irregularidad enorme y con riesgo”, dijo.
Aceptar un trabajo sin contrato ni prestaciones genera graves problemas para los migrantes y sus familias, pues carecen de otros servicios como salud, bancos, regularización de los niños. “Es una situación difícil, se genera invisibilidad de estas personas”, explica.
Helmer no cuenta con un contrato laboral ni prestaciones por trabajar en la obra de construcción en Tapachula, pero encontró un empleo que le permitiría estabilizarse y cumplir la promesa que le hizo a su esposa: sacarlos de Honduras.