LA HISTORIA DE LUCRECIA CAMACHO: UN DESTINO ENCADENADO A LOS CAMPOS DE CULTIVO

Nací en un pueblito llamado San Francisco Higos, en Oaxaca. Toda mi vida he trabajado. Empecé en Baja California cuando todavía era una niña. Toda mi vida he trabajado en el campo, levantando las cosechas, porque no se leer ni escribir. Nunca tuve una oportunidad para ir a la escuela. No sabía cual era  mi propio nombre, hasta que el servicio de inmigración, en Estados Unidos, me pidió mis documentos para verme favorecida con la aministía  y ser una trabajadora con documentos.

 

Cuando tenía siete años, mi madre , mi padrastro y yo, nos trasladamos de Oaxaca a Mexicali, donde vivimos por dos años. Viví mi niñez en Mexicali durante el programa de los braceros. Recuerdo que los veía pasar de  Calexico a los Estados Unidos. Yo pedía ayuda en las calles de Calexico y ellos me traían pan y latas de frijoles en sus mochilas. También pedí ayuda en Tijuana. No me avergüenza platicar estas vivencias, porque  así fue como crecí.

 

Empecé a trabajar cuando tenía nueve años en la pizca de algodón en Culiacán. Después me fui a trabajar a Ciudad Obregón, Hermosillo y Baja California. Ganaba como tres pesos al día. En ese entonces, me pasaba la vida trabajando.

Cuando cumplí los 13 años, mi madre me vendió a un joven, y estuve con él por ocho meses. Para después salir embarazada. Después  de tener a mis hijos, ellos  siempre estuvieron con migo. En Culiacán, amarraba a mi niño a un poste sobre la tierra mientras yo trabajaba. Trataba de trabajar muy rápido ya que el mayordomo me daba la oportunidad de cargar con mi niño. Después de que vine a los Estados Unidos, hice lo mismo. Los tomaba conmigo y les construía un techo al lado de los campos. Cada vez que completaba una hilera del sembradillo, volvía a verlos y a sentirlos cercas de mi, mientras trabajaba. Durante la hora de comer estaba con ellos y después se dormían, mientras me iba a trabajar. Siempre fue de esa manera.

 

En Baja California nunca tuvimos una casa, pero mi madre siempre estuvo conmigo. Fue algo asi como si yo fuera el hombre y ella la mujer. Le daba todo mi salario. En México  mis hijos batallaron con la escuela, porque  nunca estábamos en un mismo lugar  mucho tiempo Los sacaba de la escuela uno o dos meses y después los volvía a meter cuando regresábamos. No fue  sino hasta que llegamos a Oxnard donde ellos ya pudieron ir a la escuela regularmente. Más no todos salieron listos para la escuela. Mi hijo mayor nunca  le intereso.

 

Yo vengo de la zona mixteca de Oaxaca, pero cuando era joven no hablaba el mixteco. Lo aprendí más tarde. De niña solo hablaba español. Dos años después de que  mi padre falleció, me vine a los Estados Unidos, en 1985.Pedí prestado mucho dinero para el entierro de mi padre y no pude pagarlo. No quería venir a los Estados Unidos, porque no quería dejar a mi hijo, pero mi madre me convenció. Dejé a mis niños con ella. Entonces vine a ser una residente legal con el programa de amnistía. Mi patrón de Arizona, me apoyó para obtener mis papeles. Y fue así como yo y mis dos hijos más chicos obtuvimos la residencia legal en 1989.

No quería dejar a mi mamá sola, por lo que  me la traje en 1994. Ella murió hace siete años, pero siempre estuvo con migo en las buenas y en las malas. A mis niños ella siempre los cuidó. Deseaba morir en su pueblo y le concedí su último deseo. Ahora tengo nietos.

Empecé a trabajar en los campos de Oxnard cuando llegué en 1985 y lo hice hasta el año pasado. Ahora tengo siete niños y necesito estar al cuidado de ellos. En un principio, ellos estaban con mi madre en nuestro pueblito. Después los mandé traer con un coyote. Tengo una hermana que vive en Tijuana, por lo que primero llegaron con ella. Voy a Tijuana cada semana para venderles comida. Pues desde ahí, me los traje, uno por uno. En ese entonces cada uno me costo $1,600

Ahora ellos cobran siete mil, lo cual es imposible de pagar, porque no ganamos tanto dinero. Es una situación difícil. Nosotros queremos mejorar nuestra calidad de vida, por eso estamos aquí. Nos hemos ganado el sustento con el sudor de nuestra frente. Para mi es difícil porque estoy al cuidado de 10 niños y tengo que hacerla de papá y mamá al mismo tiempo. Siempre he estado sola, como una madre soltera con 10 niños. Me vine para acá con otros trabajadores que también eran ilegales como yo. Vine para acá porque la gente me decía que se podía ganar mucho dinero, pero no es cierto. Fue difícil encontrar trabajo en 1985 y la  migra me  detenía hasta dos veces por semana. Pero en aquel entonces si era más fácil cruzar la frontera. Fuimos  detenidos en San Ysidro, pero volvimos a cruzar una vez más y al tercer día ya estábamos trabajando otra vez. Tampoco era tan caro. Fue hasta 1987, 1988 que cruzar la frontera se puso más caro.

Primero empecé como una trabajadora ilegal, pero no podía encontrar un trabajo estable. En esos días ganaba 80 dólares a la semana. Era difícil encontrar un lugar para vivir.  Vivíamos en un tráiler que rentábamos entre todos. Dormíamos unos encima de otros. Nos bañábamos donde pudiéramos encontrar agua. De Oxnard me fui a Arizona, porque nos dijeron que había mucho trabajo. Batallamos mucho, porque no teníamos comida y vivíamos  en un carro viejo en los mismos campos donde estábamos trabajando. En ese entonces ganaba siete dólares al día, pero tenía que pagar 3 por la renta y 50 centavos por los refrescos. Cortábamos espárragos en un paquete de 32 y los poníamos en cajas. Y si las cajas no tenían el peso que se requería, nos pedían que  lo completáramos. Eran muy estrictos.

De allí, me fui a trabajar a los campos de cebolla. Tenía que ir a trabajar a las dos de la mañana, pero no podíamos empezar, hasta que el rocío de las plantas se hubiera secado, pero muchos empezábamos hasta las 11 de la mañana. Pero nosotros teníamos que estar desde las dos de la mañana, porque si no podrían contratar a
otros en nuestro lugar. Si llegábamos tarde, no podíamos entrar a trabajar. Por lo que hacíamos una lumbrita para aguantar el frio y esperar a que dieran las once de la mañana. Por lo que trabajaba de las de las once a la 1:30 de la tarde y sólo ganaba tres dólares al día. ¿ qué podía hacer con tres dólares al día? Nada. Y algunas veces solamente me gané dos dólares. Después de esto, me regresé a Oxnard, en enero de 1987, pero no pude encontrar trabajo. Me fui a Gilroy donde tuve la buena suerte de encontrarme con un jefe que nos rentó una casa. Cultivábamos plantas de pimiento. Nos cuidaba mucho, porque los de la migra andaban por todas partes. Empezábamos a trabajar a las cinco de la mañana y parábamos a las nueve de la mañana, que es cuando nos vigilaba la migra. Y después que se iban, regresábamos a las dos de la tarde. Teníamos mucho trabajo y  también nos alimentábamos bien.

También trabajé en los campos de la fresa, en Oxnard. Terminé en  Julio y después me fui a Gilroy a trabajar en el tomate cherry. Me traje a mi hija más grande y un hijo con migo, y los tres trabajamos allí. Tuvieron que trabajar julio y agosto para pagarse los gastos de la escuela. Y regresaron a la escuela en Septiembre, luego de trabajar unos 40 días conmigo. Los traía para Oxnard, porque  tenía que pagar la renta del departamento, que eran 775, más otros 600 por  el que rentaba en Gilroy.  Siempre me quedaba sin dinero, pero tenía que cumplir con esos gastos.

Como verá, toda mi vida he trabajado en los campos, pero a mi edad esto ya es muy duro. Cuando era joven, pues me sentía fuerte. Yo podía trabajar hasta 24 horas. Cuando en México trabajé en la pizca de algodón, podía levantar hasta 50 kilos. Ahora, por mi edad y la diabetes, estoy más lenta. A parte de que siento náuseas y dolores de cabeza.

Ya no me quieren dar trabajo. Y si al mayordomo no le gustas, pues no te contratan. Ellos siempre escogen primero a sus familiares y a las mujeres más bonitas. Creo que una mujer que trabaja en el campo, si no tiene un buen mayordomo, es tratada de una manera muy fea. He escuchado quejas de acoso sexual. Y muchas veces ellas no quieren hablar de eso. Hay muchas que viven así, pero tienen miedo de hablar porque luego las amenazan con reportarlas a   la migra.

En Culiacán, yo tuve un mayordomo que siempre quería estar a solas con las mujeres. El me dijo que   me quería, pero yo le dije que ya sabía que él tenía a su esposa y una querida. Me dijo que si yo le permitía  cumplir sus deseos, yo iba a poder continuar  con mi trabajo y si no, tendría que buscar otro. Y yo le dije que para la siguiente mañana ya no me vería más.

Algunas mujeres no permitimos este tipo de abusos, pero  otras lo conceden con tal de mantener sus trabajos. Mi hija me comentó de que esto suele pasar en la fábrica donde trabaja. La mujer le permite al mayordomo cumplir sus deseos, con tal de que la cambie de puesto.

Y pues ya cuando la mujer acepta este tipo de tratos, pues  no hay mucho que hacer. Necesitamos alguien que nos apoye. Habemos muy pocas en Líderes Campesinas. Si yo tuviera una cámara escondida, pues fuera más fácil, demostrarlo. Porque la gente no cree cuando se lo dice. Yo creo que la unión es la solución, pero ha sido difícil organizarnos en Oxnard. He trabajado por muchos años y de pronto ya no hay trabajo para mí.

Cuando vine aquí, comprendí que mi vida no iba a mejorar. Me di cuenta que solo me quedaba trabajar en el campo. Yo era feliz en México, pero no tenía dinero para vestir a mis hijos. Aquí vivo un poquito mejor. Tengo lo básico y le doy gracias a este país por dármelo. Espero pronto regresar a México. No me interesa quedarme aquí. Pobre o rica, me voy a ir. Lo único que me llevo son mis dolores y mis penas, porque  dinero, dinero…pues no…

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