HUGO L. DEL RÍO
Peña Nieto me disculpará pero no creo una sola de sus promesas y, salvo la fortaleza que le restituyen a Gobernación –y en ese arroz también hay prietitos—tampoco me convencen muchas de las medidas, cambios o lo que sea que han anunciado sus colaboradores. Desde don Adolfo Ruiz Cortines hasta Felipe Calderón, he escuchado a los Presidentes de México decir lo mismo: daremos el combate frontal a la corrupción, caiga quien caiga. El único resultado que he visto en todos estos años es que sectores sociales que eran sanos ahora se corrompieron. Hasta los fogoneros de una alberca donde iba a nadar cobraban mordida después de las siete de la noche para mantener encendidas las calderas. No me impresiona en lo mínimo la desaparición de la Secretaría de la Función Pública para ser sustituida por una vaina con el esperanzador nombre de Comisión Nacional Anticorrupción. Me recuerda la tragicomedia que nos hizo vivir la procuradora Marisela Morales al cambiarle la nomenclatura a la Siedo por Seido: esto a pocos días de la toma de posesión del nuevo gobierno. Me parece correcta la liquidación de la Secretaría de la Reforma Agraria: hace varios sexenios que no se reparte ni la tierra de una maceta, y estoy de acuerdo con la creación del mando único de los cuerpos de policía en los estados: falta que lo acepten los alcaldes y gobernadores, pero en teoría es una buena medida. En la práctica, ya veremos. Dice Joaquín Coldwell que México es otro país y el PRI es otro partido. Pero se están repitiendo las mismas cosas que llevo escuchando casi sesenta años. La pulverización de los derechos de los trabajadores es un pésimo síntoma: supongo que un anticipo de lo que nos espera. La iniciativa de reforma –en realidad contrarreforma— fue de Calderón, pero quienes la hicieron aprobar fueron los líderes de los diputados y senadores del PRI. Claro, el PAN también hizo lo suyo, pero el misil que destruyó la muralla de protección legal a los asalariados lo dispararon los tricolores. Es interesante, también, que ni el mexiquense ni sus epígonos hayan dicho una sola palabra acerca de frenar o por lo menos paliar los abusos de los bancos. Poco les falta por cobrar la entrada a sus establecimientos. Tampoco se ve mucho ni poco entusiasmo en lo que debería ser una de las máximas prioridades: poner orden en el sistema educativo. Pero, claro, si el PRI ha cambiado en algunas cosas –no lo dudo, porque sería antinatural que no fuera así–, la mudanza no se ve en el campo sindical. Es obvio: Peña Nieto no podrá gobernar sin el apoyo de Gordillo, Romero Deschamps, el ebanista Evaristo y todo el ejército de bandidos de Río Frío. Se menciona a Fuentes-Beráin como posible secretaria de Relaciones Exteriores: sería un acierto. En lo que toca a Gobernación, es la vuelta al pasado: pero ahora el titular, a lo que parece será Osorio Chong, tendrá a México en sus manos. Será, además, el jefe del gabinete, lo cual siempre fue en la práctica, excepto quizás en estos últimos dos sexenios. Una vez Díaz Ordaz, ya destapado, nos dijo a Rodolfo “El Zorro” Gaytán y al de la tecla que se necesitaba ser muy pendejo para no dar el salto de Bucareli a Palacio Nacional. En aquellos años se despachaba allá. La pregunta de 64 millones de libras esterlinas: ¿Quién gobernará: Obama, Carlos Salinas de Gortari, Slim, Televisa, los banqueros, el cártel globalizador, los Atlacomulcos, el estamento militar, los narcos o…? PIE DE PÁGINA: México superó la adversidad, dice Felipe Calderón. El michoacano nos deja un saldo de entre 50 mil y 150 mil víctimas de la guerra contra el narco, además de casi 15 mil desaparecidos y medio millón de desplazados, solo por lo que toca al Noreste. Quince millones de mexicanos están en la pobreza extrema y la deuda pública se disparó a cinco billones 51 mil 763 millones de pesos, lo que equivale al 32.2 % del PIB. Y Gordillo, además de ser dueña del Panal y del sindicato, también es propietaria de la SEP. El panista es fiel a sí mismo hasta el último día de su sexenio.