LA IMPORTANCIA DE INVERTIR BIEN LOS DOLARES DE LOS MIGRANTES

POR JOSE MELENDEZ

www.elpais.com

Wellcome to Intipucá City”, proclama un rótulo a la entrada de un recóndito pueblo del sureste de El Salvador conocido como ciudad del dólar y que, desde hace más de 45 años, sobrevive por el chorreo incesante y diario de remesas que reciben miles de intipuqueños de familiares que viven en Estados Unidos.

Al finalizar la guerra de El Salvador en 1992, los intipuqueños en Washington crearon una fundación que financió la reparación de calles y aceras, el suministro de electricidad a caseríos alejados, la construcción de un centro cultural y de un estadio de fútbol o la entrega de equipos informáticos a los centros educativos, entre otras obras de beneficencia social.

Unos 2,5 millones de salvadoreños han huido a Estados Unidos empujados por la pobreza en las décadas de 1960 y 1970, por la guerra de 1980 a 1992 y por la permanente crisis social del país. Pese a que ahora es la ciudad del dólar, Intipucá padeció el mismo escenario de miseria y desamparo, con calles de lodo y entristecidas casas de bahareque y paja, que otros poblados de El Salvador, Honduras y Guatemala que tienen su existencia atada a las remesas, aunque quizás sin tanto éxito.

Los tres países centroamericanos cuentan con ciudadanos que por falta de opciones socioeconómicas y por la inseguridad se marchan a EE UU. El flujo desató este año una crisis en la frontera suroeste de Estados Unidos por la migración de decenas de miles de centroamericanos menores de edad, sin compañía de adultos e indocumentados.

Y en los tres se alimenta la misma ironía. El dinero que esos ciudadanos, obligados a emigrar de su tierra natal, envían a sus parientes se han convertido en recursos claves para las finanzas públicas de las economías de sus países de origen. Las remesas aumentaron de 11.650 millones de dólares en 2012 a 12.299 millones en 2013, según los bancos centrales de las tres naciones.

Parque El Emigrante

Escondida en un remoto rincón del departamento salvadoreño de La Unión, frente al Océano Pacífico, el pequeño municipio salvadoreño de adoquinadas y estrechas calles y resplandecientes viviendas parece transpirar dólares, con pobladores felices del nexo laboral y familiar con sus parientes y vecinos que migraron sobre todo a Washington D.C.

Orgullosa, la comunidad honra a un pionero y su hazaña de 1967. En el corazón de Intipucá, frente al templo católico de la Virgen de la Asunción, un monumento en el parque El Emigrante con la imagen de mochila al hombro recuerda a Sifredo Chávez, primer migrante intipuqueño. Con 27 años, Chávez viajó en avión y con visa de turista a Washington, donde comenzó a trabajar. A los seis meses, al vencerse el permiso, volvió con mucho dinero a Intipucá y sorprendió a parientes y vecinos que, de inmediato, empezaron a soñar con emularle y así poder enviar dólares a sus familias. Mucho siguieron sus pasos hacia la capital de EE UU.

Tras su primer viaje y el regreso a El Salvador, Chávez volvió a obtener un visado para entrar a Washington. Allí se casó y tuvo hijos. Una de las veces vivió el calvario del indocumentado porque se quedó en EE UU al caducar su permiso de residencia y, tras una visita a Intipucá, debió entrar ilegalmente por tierra desde México y gestionar su residencia legal. Lo logró por tener hijos estadounidenses y la preservó hasta morir a finales de la década de 1990 en Washington, sin dejar nunca de ayudar a su pueblo.

“Intipucá es ejemplo de manejo adecuado de remesas“, apunta Carlos Velásquez, intipuqueño, gerente general del diario digital intipucacity y residente en Washington desde 1979, cuando llegó con su familia y con 13 años. Afirma que “todo el dinero enviado desde Estados Unidos se ha sabido utilizar bien. Se ha invertido mucho en toda la ciudad”.

En El Salvador el envío de remesas aumentó de 3.910 millones en 2012 a 3.969 al año siguiente. Guatemala pasó de recibir 4.782 millones en 2012 a 5.105 en 2013, mientras que Honduras por su parte captó 2.958 millones en 2012 y 3.225 el año siguiente. Los ingresos equivalen al 10% del Producto Interno Bruto (PIB) en Guatemala, al 16% en El Salvador y al 17% en Honduras.

“Las remesas deben reinvertirse en proyectos que generen empleo y reduzcan las corrientes migratorias”, advierte el hondureño Víctor Meza, director del (no estatal) Centro de Documentación de Honduras, el foro de análisis político más antiguo de esta nación. “Para detener el flujo de indocumentados, hay que crear oportunidades de vida digna”, añade.

Con las constantes deportaciones desde Estados Unidos, la ironía se prolonga y los repatriados regresan a economías de las que huyeron y a aparatos políticos de los que fueron excluidos y expulsados. La reinserción—a diferencia del rótulo en Intipucá—no da ninguna bienvenida.

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