CUANDO EL COLOR DE LA PIEL ALTERA LOS NERVIOS DE LA HIPOCRESIA EUROPEA

POR ELENA LEDA ( REVISTA  www.gatopardo.com )

Es una noche de finales de julio de 2013 en Cervia, pueblo marítimo de la región italiana de Emilia Romagna. El evento es la fiesta del Partido Democrático (PD); el tema, la importancia de las personas extranjeras en la economía del país. El ambiente está tenso y se han incrementado las medidas de seguridad. El día anterior, en la plaza central del pueblo, aparecieron maniquíes vestidos con chaquetas negras y el pecho manchado de pintura color sangre. A su lado, unos folletos rezaban: “La inmigración mata”. El mensaje era para ella, Cécile Kyenge Kashetu, médico oculista, cuarenta y nueve años, originaria de la República Democrática del Congo, afiliada al Partido Democrático (PD) y, desde abril de 2013, ministra de Integración y Políticas Juveniles del gobierno italiano. Han pasado sólo pocos días desde que el vicepresidente del senado italiano, Roberto Calderoli, del partido Lega Nord (Liga Norte), comparara, durante un mitin, a la primera ministra negra de la historia de Italia con un orangután. Pero allí, en la fiesta del PD de Cervia, la mujer, afincada en la cercana ciudad de Modena, en principio está entre los suyos. Sin embargo, está respondiendo a las preguntas de un periodista cuando, desde el público, alguien lanza dos plátanos y huye. El mensaje no deja lugar a dudas. Los plátanos caen entre la primera y la segunda fila, sin alcanzarla.

El primer comentario racista institucional hacia la ministra llegó el mismo día de su nombramiento, el pasado 28 de abril de 2013. En uno de los programas de radio con más audiencia nacional, el europarlamentario de la Liga Norte, Mario Borghezio, dijo: “Es un elogio a la incapacidad y nombrarla ha sido una ‘gilipollez’, tiene la típica cara de la ama de casa”, y añadió: “Nos quiere imponer sus tradiciones tribales […] además, los africanos son africanos, pertenecen a una etnia muy diferente a la nuestra y no han producido grandes genios”. Enseguida llegaron más insultos y amenazas, a los que se sumaron no sólo otros exponentes del partido de la Lega Nord sino también del partido de Berlusconi (Popolo della Libertà, PDL). Todos insistían en lo mismo: no reconocerla como italiana e invitarla a volver al Congo. Hasta llegar a la consejera municipal de la Lega Nord, Dolores Velandro, que en Facebook invitó a violarla para que sufriera en carne propia los crímenes cometidos, supuestamente, por los inmigrantes. Simultáneamente, aparecieron pintas en las paredes de diversas ciudades, como la que rezaba: “Disparar a la Kyenge”.

Desde la izquierda hasta la derecha, la clase política manifestó indignación por los ataques, y solidaridad con la ministra. Tras los insultos de Calderoli, el Partido Democrático, al que la ministra pertenece, presentó en el senado una “moción de solidaridad” hacia ella, gesto simbólico que se aprobó a pocos días de los ataques y por grandísima mayoría (sólo se abstuvo la Lega Nord). El tono de las respuestas de la ministra ante los insultos se puede resumir con lo que comentó, con la voz calma, como si midiera cada palabra, el día en que le arrojaron los plátanos: “Es una bofetada a la pobreza; con la crisis y la gente que muere de hambre, es triste malgastar comida de esa forma”. O con la similitud médica que a menudo usa para responder a quienes le preguntan cómo vive los insultos racistas. Siempre insistiendo en que “Italia no es un país racista”, Kyenge explica: “Me parece estar ante mis pacientes. Gente que manifiesta un malestar, una incapacidad de convivir con los que son distintos. Es una enfermedad social y yo, igual que en mi profesión, tengo que escuchar el desasosiego sin dejarme contagiar. Al contrario, quiero combatir la batalla cultural sin miedo”. Desde los primeros insultos y amenazas vive bajo una fuerte escolta policial. “Aunque estoy muy agradecida a mi escolta, y que respeten mucho mi privacidad, echo mucho de menos sentirme libre para hacer lo que quiera”, dice.

Con respecto a las respuestas institucionales a los insultos, Ferruccio Pastore, director del Foro Internacional y Europeo de Investigaciones sobre Inmigración (FIERI), de Turín, opina:
—La ministra ha recibido una solidaridad ritual, pero no un gran apoyo político, en particular por parte de su propio partido, el Partido Democrático. Es que el tema de la inmigración es un tema que divide, incluso dentro de su partido.

E
n la pomposa sala del edificio que fue residencia veraniega de papas y palacio real, rodeados por el oro del decorado y el rojo oscuro de los tapices, están sentados catorce hombres y siete mujeres. Es 28 de abril de 2013. Giorgio Napolitano, el presidente de la república, acaba de nombrar a Enrico Letta primer ministro de un gobierno de “amplios entendimientos” (una coalición donde lideran el centro izquierda, capitaneado por el Partido Democrático, y el centro derecha, PDL), tras el fracaso de unas elecciones en las que, con la actual ley electoral, ningún partido obtuvo la mayoría necesaria para gobernar. Enrico Letta mira, de pie, hacia las sillas donde esperan prestar juramento los miembros de su futuro equipo. Las cámaras de televisión hacen zoom cada vez que los nombrados, después de la fórmula ritual de juramento, ponen su firma con una estilográfica dorada. En uno de esos momentos, justo antes del juramento de Cécile Kyenge, una voz, susurrante y a la vez clarísima, rompe por primera vez el silencio, hasta entonces solemne. “Ésta se leerá Kienje (pronunciando el final como el “yo”en francés) ¿verdad?”, pregunta el secretario general de la presidencia, Donato Marra, a quien está a su lado. “Kienje, Kianje“, sigue repitiendo para memorizarlo. Y entonces, decidido pero pronunciando mal su nombre, la llama: “La congresista y doctora Cécile Kianje, ministra sin cartera”. La mujer, inconsciente de lo sucedido (porque la cámara que toma a los ministros tiene micrófonos, y por tanto el público que ve el video lo escucha perfectamente, pero los ministros permanecen un poco lejos de la mesa), y sin mostrar reacción ante la pronunciación equivocada de su nombre, se levanta, decidida pero sin prisa, se arregla la chaqueta de su traje color morado y se acerca a la mesa, donde le esperan las autoridades.

—Verla jurar ha sido un poco como ver a Forrest Gump cuando se mete en cualquier evento —dice entre risas su hija Giulia, ante un café espresso en una fría y lluviosa tarde de Modena, a principios de octubre.

La prensa nacional enseguida tituló: “Un hecho histórico: el primer ministro italiano de color” y el secretario de la ONU, Ban Ki-moon, lo calificó de “mensaje positivo e importante”. Todo eso quizás en otro país podría ser un hecho anecdótico. Pero no en Italia.

La “era Berlusconi” (veinte años, de los cuales nueve estuvo a la cabeza del país) ha significado la presencia institucional —y en ministerios claves como los de interior y justicia— del partido de la LegaNord, derechista y xenófobo.

—La Lega no fue el único partido que lo hizo, pero desde el gobierno ha llevado a cabo un discurso político con un nivel de racismo y prejuicios que tiene pocos equivalentes en Europa-, explica Ferruccio Pastore, del FIERI—. También el nivel de improvisación que ha habido en materia legislativa sobre inmigración tiene pocos precedentes en Europa.

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