LOLITA BOSCH EN 72 MIGRANTES

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MISAEL CASTRO BARDALES

 

Misael Castro Bardales nació en Omoa, un pueblo de 30 mil habitantes del Caribe hondureño cercano a la frontera de Guatemala. a unos 300 kilómetros de México. Un lugar de pescadores del distrito de Cortés, que apenas tiene una calle con nombre en los mapas virtuales: Carretera Pavimentada Principal. El resto es nada.

Pobreza. Inmigración. Rabioso presente. Y hasta el pasado 10 de agosto de 2010 Misael nunca había abandonado su casa. Era hijo de roldán y Angela. Y padre de un niño de cinco años de cuya madre se había divorciado. Recién había cumplido 27 años y su cédula de identidad era la número 0506-1983-00467. Y aun así su cuerpo fue cambiado por el de otro migrante y casi lo entierra otra familia en otro lugar de Honduras. Porque cuando los cuerpos de los migrantes asesinados fueron repatriados desde México venían mal identificados. Hasta que a alguien se le ocurrió abrir el féretro que llegó de tamaulipas junto con otros 15 hondureños y decir que no. Que aquel muerto no era quien decían que era y que ese cuerpo desconocido debía quedarse en la morgue junto a otros tres cuerpos más sin oidentificar. Porque a él, como a los otros, nadie los había ido a reclamar.

Cuatro días. Esperando.

Porque a la familia de Misael Castro Bardales no se le ocurrió pensar que Misael pudiera estar entre los asesinados del Rancho de San Fernando, Tamaulipas, México. El no. Esto no. No nos puede estar pasando.

Misael había llamado el 14 de agosto para decir que los zetas lo habían secuestrado, sí. Pero eso sucedía a menudo entre migrantes y ellos pensaban que ya estaba resuelto. Además,tres días más tarde volvió a llamar para decir ” que el coyote era bueno y que le daba de comer, pero que necesitaba dos mil dólares para pasar la frontera”. Nada más. Por eso su hermana Daysi supuso que ya habría cruzado. Que no.Que a él no. Que no nos puede estar pasando. Eso quiso pensar. E incluso, quizá, tuvo la impresión de que a partir de entonces las cosas mejorarían. Porque Misael se había ido para ganar.

Pocos días después las autoridades hondureñas dijeron que la entrega del cadáver a los familiares era “un momento difícil” y lamentaron que las víctimas de la matanza “corrieron ese riesgo con el único objetivo de mejorar las condiciones de vida de sus familias”.

Pero ahí, para eso, Misael ya no estaba. Se había ido de Omoa hacía algunas semanas y sólo había estado 12 días fuera de su casa. El resto los pasó en una morgue mexicana y luego, cuando lo repatriaron, cuatro días en una morgue hondureña. Antes de había ido. Les había ofrecido venderles el terreno en el que vivía con sus padres, sus hermanos y su hijo, y quiso hacerlo por su familia. Intentarlo. Pensar: esta vez nos puede pasar a nosotros. También a nosotros. Así que juntó de donde pudo, encontró el modo y se fue con la esperanza de cruzar primero un país hermano que enfrenta las mismas dificultades y expulsa a los mismos migrantes y que le permitiría llegar finalmente a los Estados Unidos: donde podría juntar el dinero que necesitaba para comprar la tierra y volver a casa. Una seguridad. Algo firme. Seguro. También a nosotros nos puede ocurrir. Esta vez sí.

Y aún así: nada. Porque cuando volvió a Honduras su nombre había sido cambiado por el de otro migrante. Uno de los 16/ Uno de los 72. Y entonces esperó cuatro días en una morgue a que alguien fuera a buscarlo. Y entonces también a su hermana Daysi se le ocurrió que quizá uno de los muertos fuera Misael. Que no quería pero que tal vez eso era lo que estaba sucediendo. Que desde que se había descubierto la matanza no habían sabido nada de él. Que si estuviera vivo se hubiera reportado. Que Honduras hacía las cuentas ansiosa. Y que algunas personas buscaban a sus familiares en foros de internet. Trataban de conseguir información e Tamaulipas. Pedían ayuda. Querían que no.

De modo que Daysi viajó a la capital y reconoció en uno de los cuatro muertos sin identificar  los tatuajes de su hermano. Y eso fue casi todo: análisis de huellaspruebas deontológicas y duelo presidencial. Es decir: otra vez: de nuevo: nada. Nada que pudiera  volver a ser lo que ya había sido Misael; hijo de Roldán Castro y Angela Bardales, divorciado, padre de un niño de cinco años,hermano. Un hombre de 27 años que sólo había querido irse a Estados Unidos a ganar y que murió 12 días más tarde en Tamaulipas junto a 71 personas a las que no conocía. En una masacre que escandalizó al mundo. Con una venda en los ojos, de espaldas y un tiro en la cabeza. Tras pasar unos días con un coyote que “le daba de comer”. Menos de una semana después de haber hablado por teléfono con su hermana Daysi. Rodeado de muertos. Pero radicalmente solo. Eternamente extrañado. Increiblemente en México.

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