LA HISTORIA DEL MIGRANTE HONDUREÑO QUE PRESENCIA LA MUERTE DE SU PADRE

PROCESO
Lunes 04 de Marzo de 2013 00:31

Tegucigalpa/México – El sueño americano se convirtió en un verdadero
infierno para un joven migrante hondureño, quien después de ser
secuestrado junto a su padre en México, sufrir maltratos físicos y
psicológicos, presenció una de las escenas más horrorosas que un ser
humano pueda vivir: el asesinato de su progenitor.
La migración de centroamericanos hacia Estados Unidos aumenta cada
día, cientos de hombres, mujeres, jóvenes y niños, huyen de la pobreza
y la inseguridad.
Sin embargo, entre la ruta migratoria que comprende Guatemala, México
y finalmente Estados Unidos, son presa fácil de la delincuencia común
y organizada y de autoridades coludidas con bandas delincuenciales,
según reiteradas denuncias hechas por organismos defensores de los
derechos de los migrantes.
Ese es el caso de un joven hondureño a quien llamaremos Alberto.
Proceso Digital, a través de su web especializada Departamento 19,
dialogó con Alberto, a continuación trasladamos a nuestros lectores su
historia.
Alberto cuenta que se ganaba la vida trabajando en el área de la
construcción en Tegucigalpa, capital de Honduras. Su padre quien ya
había emigrado varias veces a Estados Unidos, le propuso llevarlo con
él para buscar mejores fuentes de empleo.
“Yo estaba trabajando cuando llegó mi papá y me ofreció irnos a los
Estados Unidos, recuerdo que partimos a la una de la tarde, un 25 de
octubre de 2012”, relata.
Este joven de 22 años cuenta que en el trayecto desde Tegucigalpa
hasta Chiapas, México, todo transcurrió con normalidad, por lo que se
sentían afortunados, “durante el recorrido que estuve con mi padre
recuerdo que los dos les dábamos gracias a Dios porque íbamos juntos,
porque nos había ido bien”.
Pero, un domingo de ese octubre los sueños y la tranquilidad de este
hondureño y su padre se trasformaron en zozobra y dolor.
“Cuando estábamos en Tapachula continuamos el recorrido para llegar a
la frontera, ya en Medias Aguas quisimos agarrar el tren que nos
llevaría a Tierra Blanca, eran las tres y media de la mañana y el tren
pasó “arriado” (veloz), le dije a mi padre que esperáramos a que
amaneciera para tomar otro tren”, relató Alberto.
Pero, en un intento desesperado, su padre comenzó a correr, en esa
madrugada, para abordar el ferrocarril, su hijo al verlo corrió tras
él.
“Después de seguir a mi papá cuando menos acordé el tren se detuvo,
cuando ya nos íbamos a subir se nos acercaron cuatro hombres
fuertemente armados y nos obligaron a darle todo lo que teníamos”.
Alberto continuó: “nos pedían los números de teléfonos de nuestros
familiares, empezaron a golpear a mi papá porque él les decía que no
teníamos números de teléfono, yo le decía a mi papá que no dijera nada
y fue cuando me empezaron a golpear, como a mi papá no le gustó que me
maltrataran se le tiró a uno de ellos y allí se puso mal de salud
porque padecía del corazón, fue entonces cuando se cayó en un charco
de lodo y allí fue cuando me dejaron de golpear”, recordó el joven con
la respiración agitada.
Alberto y su padre fueron obligados a caminar descalzos por más de
siete kilómetros, hasta llevarlos a una comunidad azteca conocida como
“El Juile”.
“Ellos seguían pidiéndonos los números de teléfono y con las cachas de
los machetes me golpeaban la nuca, luego interrogaron a otros
migrantes que también estaban secuestrados, creo que éramos como
siete, dos salvadoreños, dos nicaragüenses y tres hondureños con mi
padre”, detalló Alberto.
Este migrante hondureño relató detalles de los abusos a los que fueron
sometidos por sus plagiarios, “me dio fiebre porque los zancudos nos
picaban, ya en la madrugada nos pusieron en círculo, se drogaban en la
cara de nosotros, hacían sus necesidades en medio del círculo, todos
los migrantes teníamos que estar soportando ese tufo (mal olor)”.
Consciente de que se encontraba delicado de salud, el padre de Alberto
le insistía en que escapara, “mi papá me decía que corriera pero yo me
negaba porque no lo quería dejar allí con ellos, ni tampoco quería que
lo fueran a matar, yo le decía que no estaría en mi dejarlo solo en
ese lugar, que esperara a que Dios dispusiera”.
Pero el padre del joven se levantó y comenzó a correr, no obstante la
debilidad en su salud le hizo caer al suelo, fue entonces que
ocurriría lo peor.
“Yo seguí a mi papá, al igual que dos de los secuestradores, lo que mi
padre quería era quitarles las armas y liberarnos a todos, pero cuando
estaba luchando con un de ellos, otro sacó el machete y le lo hirió en
la nuca, luego le dispararon, fue cuando me di cuenta que lo habían
matado”, relató con las voz resquebrajada.
Consternado y con un profundo dolor por presenciar la muerte de su
padre, Alberto narra que huyó del lugar sin rumbo y aunque uno de los
secuestradores intentaba dispararle llamándolo “perro”, corrió durante
varias horas hasta llegar a la comunidad de Sayula.
Al llegar a una localidad, el joven migrante contó lo sucedido a la
Policía, sin embargo, las violaciones a sus derechos humanos no
acabarían allí.
“Después de dormir en las instalaciones de la Policía, en donde me
dieron de comer, me llevaron a Migración en donde estuve meses preso,
algunos policías me trataban mal”, dijo.
Fue por medio del Comisionado de los Derechos Humanos que el migrante
hondureño pudo dejar de estar recluido, posteriormente fue trasladado
a un albergue para indocumentados en donde recibió ayuda humanitaria,
psicológica y espiritual.
Con lágrimas en el rostro, Alberto contó a Proceso Digital / D19 que
“presenciar la muerte de mi padre fue algo que jamás podré olvidar, yo
admiraba mucho a mi padre, era una buena persona, él era todo para
mí”.
Historias como la de Alberto se repiten una y otra vez. Mientras la
diáspora de hondureños continúa y aunque la ruta migratoria siga
siendo un pasaje de terror para los indocumentados, lo catrachos y
demás centroamericanos continuarán emigrando hacia Estados Unidos,
pese a que ello traiga huellas indelebles y dolorosas en sus
vidas.Proceso Digital / D19 /Eliuth Ynestroza

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