EL PERIODISTA DIEGO ENRIQUE OSORNO, EN 72 MIGRANTES

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BRAYAN ARIEL GARCIA

 

 

I

A Brayan lo metieron a una fosa del cementerio La Puerta al mismo tiempo que a su migo Joan Chirinos, con quien había caminado la juventud, y las canchas de futbol llanero de San Pedro Sula, y los caminos que se volvían de lodo en la colonia Planeta durante la temporada de lluvias. Habían caminado también toda una noche enamorando a morenitas por el barrio dando pisadas emocionadas que hacían crujir los tallos de las plantas silvestres. Así, caminando, comenzaron un viaje el 8 de agosto, de Honduras a Estados Unidos, pero sólo llegaron a San Fernando, un pueblo de los más grandes de México, en el que se ven las lluvias de estrellas fugaces más hermosas del país, o por lo menos del noreste, o ya seguro seguro, de todo Tamaulipas. El cuello se llena de magenta, naranja, limón, rojo granate, pistache, escarlata y otros colores que de tan limpios parecen alimenticios.

 

II

 

Yo San Fernando, enclavado  al pie de la gran Ruta Panamericana que baja desde Alaska hasta Chile y estando a poco más de cien kilómetros de la frontera con Texas, resulté ser un sitió ideal para operar ese tráfico hacia los adinerados vecinos de al lado. Al principio ellos, los que llegaron, hicieron vida paralela a la de mi gente. Andaban, supongo, conociendo, orientándose, tanteando. Dijeron que se llamaban los Zetas y debo admitirlo: lograron enganchar a sanfernandenses; hombres jóvenes a quienes les faltó lucidez, les faltó entereza, y sobre todo, a quienes les faltaron agallas, lo que es corazón. Imaginaron acaso que solo se trataría de ganarse la vida llevando paquetes inocentes a través del puente internacional.

 

III

 

Aquél mediodía en que acomodaron a brayan en un féretro que llevaba encima la camisa del equipo Real España, a un ladito de él, a su amigo Joan lo despidió la esposa y su hijo, un bebé que nació sin pelo y que cuando fue por primera vez a un entierro, tenía tan pocos días de vida que  no abría los ojos por completo, ya que creía que aún estaba en el útero de su mamá Channel Chávez. A Channel se le brotaban las venas y no hablaba nada de nada, no tenía palabras. Vanessa sí, sólo una que no dejaba de repetir . Le decía a su hermano Brayan:

No,

no,

no,

no,

no,

 

 

IV

 

Cambió todo de la noche a la mañana, cuando llegaron otros. Venían del Poniente, eran docenas y los delataban las placas foráneas de sus camionetas robadas. Dijeron ser los del Golfo y que estaban allí para exterminar a los Zetas… La violencia se vino encima con la rapidez de un huracán que toca tierra, y aquella presencia paralela se metió en la vida de mi gente como cuchillada. Nadie supo cómo defenderse. ¿Qué hacer?

 

 

V

 

Brayan nació el 5 de enero de 1992 y como ya tenía 18 años, usaba un arete en la oreja izquierda, que se quitaba cuando jugaba partidos de futbol  en los baldíos de la colonia Planeta. Más que alto era espigado y usaba el pelo corto de los lados, con un copete bien fijado con spray Aquanet.

 

 

VI

 

Se oyen,

Ya se sabe,

Balaceras y más balaceras,

Y más balaceras

Y ahora se oyen también

Las voces que hablan de ellas,

Voces que resuenan por el mundo

Y el mundo que nunca oyó de San Fernando

Ahora me asocia con ellas,

Con las balas y con las vidas truncadas

Que esas balas atraviesan.

Sepan,

Sepa el mundo

Que yo San Fernando,

También yo he perdido la vida:

Me duelen las balas

Y los hombres que estas asesinan,

Sangro con ellos,

Me duelen, ¡Ay!, me duelen

Las mujeres forzadas – lloro con ellas,

Lloro también con las madres, con las viudas,

Con las huérfanas

Y los migrantes

¡Ay los migrantes!

No fui yo, San Fernando,

No fue mi gente que ni siquiera lo advirtió…

que sepan sus madres y sus viudas,

que sus hijos y hermanas

que sepa el mundo

que no fui yo.

 

 

VII

 

El día que enterraron a Brayan allá en San Pedro Sula, en San Fernando continuaba la temporada de cacería de paloma de ala blanca.

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