LOS MENSAJEROS DE LA NOSTALGIA…

Nueva York. Cada semana, cientos de mensajeros mexicanos viajan entre México y Estados Unidos transportando los sentimientos y las emociones de la nostalgia. Llevan aparatos eléctricos, ropa, bicicletas y otros productos; regresan con alimentos tradicionales, hierbas y cartas de amor. Tal es la confianza, que en algunas ocasiones se les encarga acompañar a los hijos de los indocumentados para que visiten a sus familiares en sus lugares de origen.

Los couriers o mensajeros, también llamados despectivamente paqueteros, ejercen su oficio principalmente en los mayores sitios de recepción migratoria, como Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Atlanta, Texas, Connecticut, Nueva Jersey y Florida. En la zona triestatal de la ciudad de Nueva York, existen más de 500 couriers, quienes trabajan en diferentes regiones de México, como la Mixteca poblana y oaxaqueña, la Montaña de Guerrero, la Huasteca hidalguense y veracruzana, el estado de Morelos y Tlaxcala.

Estos mensajeros son un puente de enlace que permite mantener física y simbólicamente los lazos emocionales con el terruño dejado.

Regularmente, los couriers viajan cada ocho días. Salen de los aeropuertos internacionales hacia la ciudad de México los viernes por la mañana y regresan a Estados Unidos los lunes por la noche, ya que, por costumbre, en México son los fines de semana los días de los tianguis, y es ahí cuando la gente aprovecha para comprar los productos que les hacen llegar a sus familiares.

Las familias de los migrantes envían a través de este servicio una variedad de comida tradicional, muchas veces cosechada en la milpa o en la siembra de traspatio. Algunas madres o esposas, gustosas de deleitar el paladar de sus seres queridos que trabajan en el otro lado, preparan el itacate con mole, tamales, tortillas, frijoles y salsa fresca. Otros productos agrícolas que se envían, dependiendo la región, son elotes, frijoles, chiles, masa, ajonjolí, pepitas, cacahuates, café, hojas de maíz, papatla y plátano para la elaboración de los tamales; cuitlacoche, ejotes, chayotes, pinole, tlayudas, gorditas, tlacoyos, chocolate, quesos, dulces, pan y conservas.

Sólo está restringido pasar por las aduanas algunos alimentos como, huevo, fruta o carne y se multa hasta con más de 300 dólares a quienes infrinjan la ley.

La variedad de comida que se envía también depende de la época del año. Por ejemplo, durante la fiesta de Todos los Santos o Día de Muertos las familias mandan la comida que se coloca en la ofrenda; en temporada de lluvias, los tamales de charal o pescado y los acociles, una especie de camarón de río.

Pero no sólo se envía comida; también cartas de amor, imágenes religiosas, amuletos, fotografías y videos de fiestas patronales, bodas, 15 años, bautizos; del carnaval, de Todos los Santos y de las graduaciones en las escuelas.

El flujo de mercancías se da de la misma manera y constancia de Estados Unidos hacia México, sólo que, en este caso, los bienes que envían los migrantes a sus familias son por lo común aparatos electrónicos, bicicletas, ropa y juguetes.

Durante los meses que van de octubre a enero el trabajo aumenta y algunas veces los couriers llegan a viajar hasta dos veces por semana. En este caso, los obsequios dependen de las celebraciones anuales. Por ejemplo, el Día del Niño, Navidad y Reyes Magos los migrantes envían juguetes para sus hijos. El 10 de mayo, Día las Madres, y el 14 de febrero algunos couriers han implementado la entrega de arreglos florales, como en el caso de la Huasteca veracruzana. Como la aduana no permite la entrada de flores, los couriers encargan los arreglos florales cerca de los lugares donde se realiza la entrega.

El costo por el envío de paquetería familiar varía, dependiendo de la región, el producto y el vínculo afectivo que el courier mantenga con su cliente. Por lo regular se cobran de cuatro a seis dólares por libra, más el impuesto por el producto valuado.

Esta red de intercambio es tan confiable que hasta se encarga de visitas de los hijos de migrantes. Durante los meses de julio y agosto los indocumentados que no pueden viajar a México envían de vacaciones a sus hijos con los couriers. Los menores son trasladados hasta los pueblos de sus padres, donde visitan a sus abuelos y demás familiares por unas semanas, y a su regreso los mensajeros los traen de vuelta. Algunos couriers dicen que es muy bonito poder llevar a los niños a conocer a sus familias, pero a la vez es triste porque los abuelos se encariñan con ellos. Saben que esas criaturas son un pedacito de corazón de sus hijos, a quienes no han visto por años. En los aeropuertos, cuando los van a despedir, la gente llora, y uno como migrante siente ese dolor.

Ropa tradicional, entre los múltiples artículos que transportan los couriersFoto Cinthya Santos

Como migrantes, los couriers no están exentos de las necesidades que viven sus compatriotas indocumentados.

Entienden su cultura, son parte de la misma idiosincrasia. No son una empresa fría que solamente recibe y entrega mercancía. Son amigos, familiares, vecinos, paisanos del mismo pueblo. Como trabajadores de este oficio nos damos cuenta de que no transportamos cosas, sino recuerdos, nostalgia, sentimientos, dice César Romero.

Esta actividad comenzó a desarrollarse con mayor ahínco después de 1986, cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó la Reforma Migratoria y la Ley de Control (Inmigration Reform and Control Act), y así un importante número de mexicanos indocumentados pudieron legalizarse y comenzar a viajar con mayor frecuencia a sus lugares de origen. La mayoría de los couriers comenzaron enviando paquetería a familiares y amigos, pero sus redes sociales de confianza se fueron ampliando dentro del espacio trasnacional y comunitario y empezaron a expandir su mercado. Actualmente la mayoría tiene a su cargo un grupo de trabajadores encargados de recoger y repartir los paquetes tanto en México como en Estados Unidos.

Con todo, el oficio de paquetería familiar se ha enfrentado a diversos problemas. Los couriers han tenido que sufrir abusos en las aduanas, saqueos, amenazas e intimidaciones por las autoridades mexicanas. Durante el sexenio de Felipe Calderón el aeropuerto internacional Benito Juárez les cerró el tránsito en las adunas, obligándolos a buscar nuevas rutas de arribo. Por un tiempo viajaban a otros estados de la República, como Quintana Roo y Puebla, y desde allí trasladaban su mercancía en camionetas. Y si el mensajero ingresaba por la ciudad de México sus maletas, eran confiscadas o saqueadas. Josefina Ramírez dice que “cuando Calderón (les) cerró las aduanas decía que su aeropuerto no se iba a convertir en un mercado y que el oficio de courier no existía de manera legal en México, porque le hace la competencia a las agencias de correos, entre ellas FedEx, DHL o UPS”.

Ante este escenario, un grupo de couriers comenzó a organizarse. En 2006 se creó la Asociación México-Americana de couriers (AMAC), con unos 400 socios, con el objetivo de defender sus derechos como trabajadores en las adunas y las aerolíneas por las que viajan. A través de una directiva, la AMAC se encarga de reunir mensualmente a sus miembros para informales y ponerles al tanto de las reglas y normas de las aerolíneas y de sus derechos en las aduanas.

Con el paso del tiempo, la vida trasnacional de los migrantes es invadida por la nostalgia del espacio ausente. Los recuerdos, como necesidad del bienestar social, son demandados a través de todo aquello que hace recordar la vida en comunidad, las fiestas, la música, la comida y las tradiciones. Los lazos entre los migrantes y sus familias son reafirmados y sostenidos mediante el intercambio de los productos culturales, que reconstruyen el imaginario de la vida comunitaria.

Así, por más de 25 años, los llamados courier o mensajeros se han dedicado al oficio de paquetería familiar exprés tanto en México como en Estados Unidos, transportando semanalmente lo que ellos llaman los sentimientos y las emociones de la nostalgia.

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