SAUL HERNANDEZ EN 72 MIGRANTES

11

CANTALICIO BARAHONA VARGAS

SAUL HERNANDEZ

 

 

Cantalicio Barahona Vargas nació en San Antonio  de Cortés, al norte de Honduras. Cerca de Guatemala. Parte de su vida transcurrió en San Pedro Sula, con su primera esposa y sus cuatro hijas. Ahí, en La ciudad de los zorzales  la misma ciudad en donde las maquiladoras son parte de ese paisaje que no es “inerte y definitivo”, trabajó como soldador y motorista. Y a juzgar por la fotografía, también fue miembro de alguna corporación de seguridad pública.

Más tarde, cuando el trabajo se mostró como un terreno árido y desierto, Cantalicio entendió la migración como una estrategia de empleo y mejora de su calidad de vida. Entonces viajó a Estados Unidos. Durante siete años vivió de manera intermitente entre estos y su natal Honduras. En ambos lugares tenía familia. Del otro lado vivía su sobrino Víctor Manuel Escobar Pineda, con su esposa y sus cinco hijos. Más de una vez, a pesar del miserable paisaje que descansaba en el horizonte y sin mayores contratiempos, Cantalicio atravesó el sur de México. Uno de los tramos más peligrosos, agrestes pero inevitables.

Cantalicio fue un hombre tranquilo, uno de esos hombres a los que sus familiares y amigos jamás pensaron que les pasaría esto. El 22 de agosto de 2010, a los 55 años de edad, su vida tomó otro rumbo: fue asesinado junto con otros 71 migrantes. Entre ellos, Víctor Manuel, su sobrino de 36 años que trabajaba en alguna parte de Houston, Texas. Una persona cercana a Cantalicio, en una de nuestras charlas telefónicas, dijo que no creía que  este proyecto sirva de algo. Y quizá sea cierto, pues de alguna forma no se equivoca: este texto, breve y escueto, no regresará la vida a Cantalicio. Sólo servirá para denunciar y repetir, acaso sobre todo, las palabras que con tanta dignidad y valentía Luz María Dávila pronunció cuando sus hijos fueron asesinados en la guerra que Felipe Calderón inició sin preguntar a nadie. Las palabras de Luz María Dávila encontraron eco en la escritura de Cristina Rivera Garza : “Usted no es mi amigo, ésta/ es la mano que no le doy/ (…) Señor  Presidente (…) le doy/ mi espalda/ mi sed, le doy, mi calosfrío ignoto, mi remordida ternura, mis fúlgidas aves, mis muertos”.

 

Cuando Cantalicio regresó a San pedro sula, su madre, Doña Romualda sólo exigía – o exige, mejor dicho – una cosa: justicia, o parpadear, al menos.

Facebook Twitter Email

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *