El Clown le presentó al Coras a todos sus camaradas en ese mismo momento. Algunos eran homeboys del barrio, el cuate, el silence, el Cute, el Lover…Los apodos tenían su porqué: el Cuate era bizco el pobre y veía doble: el Silencenadie era capaz de sacarle un pujido o lamento durante los chingadazos porque era mudo; el Cute siempre usaba su peine negro durante la riña y se peinaba, lo encabronaban que lo despeinaran y el Lover terminaba dándoles un beso. Todos eran inocentes, o al menos eso decían ellos. Además se les veía en el rostro que eran unos angelitos.
También conoció al Frío, un tal Justiniano, chaparrón el paisano, oriundo de Michoacán, al que le decían así no por su carácter, sino porque vendía paletas allá por el barrio de San Fernando. Iba de grito en grito con una gorra vieja de los Dodgers que decía que le había dado Fernando Valenzuela. Recorría las calles de Pacoima, Panorama City y Sun Valley hasta llegar a Van Nuys. El carrito de paletas, con su emblema de “La Flor de Michoacán”, lo acompañaba hasta cuando iba al baño. Ya en dos ocasiones se lo habían robado y la campanita era su mejor amiga, pero no la de Peter Pan, sino la que tocaba para llamar aún más la atención. Se había acostumbrado tanto a ella que antes de dormir la tocaba como en sus buenos tiempos de monaguillo.
– Así como lo ves – le explicó el Clown- , es bueno para los trancazos. Está aquí por haberse moqueteado al patrón. El mismo lo confesó, pero tuvo mucha razón. Me platicó que el patrón, que también es paisano, pero de esos ojetes que aprovechan la ocasión, reclutaba a puros batos que ni siquiera sabían leer ni escribir. Les prometía muy buena feria por vender las ricas paletas. Tenía una vieja bodeha allá por Van Nuys, que durante el día le servía de oficina y de fábrica, pero de noche lo convertía en motel y les cobraba a los muchachos las cobijas y el derecho de piso.
-Cómo está eso? – preguntó el Coras muy curioso.
– Así como escuchas. El muy cabrón les cobraba a sus empleados por pasar ahí la noche. Las cobijas y el cobertor tenían un precio. Algunos pedían hasta dos porque aquello era un congelador. Unos incluso terminaron con artritis y problemas de pulmón. Cuando alguno se atrevía a reclamar, les decía que solo trataba de ayudarlos, pero antes de que se fueran o los corriera, les sacaba las cuentas y según él, todos terminaban con deudas. Un buen día, Justiniano ya no se aguantó, le arrimó una madriza y hasta el hospital lo mandó. Por eso está detenido acusado de asalto a mano armada.
– Apoco lo acuchilló?
– Buena hubiera sido. Pero no, solamente fue que cuando lo tuvo a su merced, le clavó en el ojo una paleta de fresa.
(TOMADO DEL LIBRO TORTILLAS DURAS NI PA FRIJOLES ALCANZA.AUTOR: ENRIQUE ROMERO MORENO. EDITORIAL FONT)