CRONICA DE UNA PAELLA ENTRE POLICIAS E INMIGRANTES…

POR JOSE PRECEDO

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Los tres kilos de arroz, los pollos, el colorante y los pimientos, los pagaron de su bolsillo policías de la comisaría de La Línea de la Concepción. A los fogones se colocó el detenido Gerry Kotto, un camerunés de 22 años que llegó junto a los otros 25 arrestados en la oleada de lanchas de juguete de esta semana y que ya tiene experiencia en la cocina española, tras trabajar durante 34 meses sin papeles en un restaurante de Granada preparando tortillas. De los refrescos se encargó la tendera y a la vez concejal de Izquierda Unida en el municipio gaditano, Ceferina Peño. Sor Magdalena, una monja voluntaria del centro Contigo que atiende a drogodependientes, aportó toallas para las duchas. De traductora, para que el grupo se entendiese, hizo Sandra, recién licenciada en Interpretación. El bar Sonia puso el café.

Así se preparó la paella en el patio de la comisaría de policía de La Línea de la Concepción que degustaron los 25 inmigrantes que permanecen en dependencias policiales desde el jueves pasado. Sin mascarillas, todos juntos. Policías y arrestados (esa es la condición legal de los inmigrantes hasta que mañana se cumplan las 72 horas de arresto desde su llegada a La Línea el jueves procedentes de un pabellón de Tarifa que les dio cobijo tras ser rescatados en alta mar) coincidieron en que al arroz le faltaba un punto de sal. “De hecho, creo que ni siquiera le echaron”, asegura entre risas uno de los agentes. “A mí me parece que está bueno”, le contradice la edil de Izquierda Unida que pide ser citada como mera “ciudadana”. Peño ha llegado cargada con cepillos de dientes, pan de molde y fiambre para que este mediodía cuando los 25 subsaharianos atraviesen las rejas de la comisaría se lleven provisiones. Está impresionada “por la empatía que demuestran los policías con los inmigrantes” y el aluvión de solidaridad que provocó el boca a boca en La Línea. Todo el que tiene mínimo contacto con la comisaría se ha prestado a colaborar.

Esouaime, camerunés, 32 años, agradece el trato de todos. Es pintor, en su país cobraba 100 euros al mes por chapuzas puntuales, y explica que solo buscan aquí un futuro que en África es imposible. Allí quedaron sus padres y su hijo, que no llega al año de edad. “No fue una travesía fácil, no es cierto que supiéramos que no había gendarmes en Tánger. Por el camino los vimos pero conseguimos escondernos”.

Los agentes -también el comisario, que pedía ayer que no se le involucrase mucho en la iniciativa- han querido que su última comida antes de que los inmigrantes alcancen hoy su libertad y pasen a centros de ONG fuese caliente. El grupo de los 25 –que ha disfrutado de un arresto aliviado, fuera del calabozo, en el patio de la comisaría, se permite ciertas bromas con los agentes en un ambiente de camaradería. Todos son varones, la mayoría senegaleses pero hay también procedentes de El Chad, Sierra Leona y República Centroafricana. Comen en el suelo pero agradecen olvidarse por un día del rancho que se sirve al resto de detenidos. Las noches las pasan al raso sobre esterillas en una zona cubierta del patio. Tras el almuerzo, se suceden las risas y hasta los regalos: gafas de sol, cinturones y zapatillas de deporte que pasan de manos de los agentes a los jóvenes subsaharianos.

Kotto, el cocinero al que muchos han felicitado por la receta, chapurrea en castellano su plan para volver a un restaurante, aunque sea sin papeles. Por teléfono, uno de los agentes que lo custodia, se sincera: “Les echaremos de menos”.

Será por poco tiempo, el lunes tienen aviso de que llegan nuevos inmigrantes a la comisaría

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