DESCOLONIZAR LOS DERECHOS DE LAS MUJERES ES PRERREQUISITO PARA EMPODERARLAS

POR LUIS EDUARDO VILLARREAL RIOS

La subordinación de la condición femenina al poder patriarcal nació con la humanidad misma. Un texto legendario, consignado en los primeros capítulos del Génesis, pone en labios de un Adán temeroso y culpable la primera acusación ante el cuestionamiento divino: “La mujer que me diste por compañera me dió del árbol y comí.” (Gn. 3,12).
Aquí se funda un modelo teórico afortunadamente ya no tan vigente en nuestros días; se trata de la lógica patriarcal según la cual las mujeres son ocasión y ruina de los varones, por lo que hay que cuidarse de ellas, hay que dominarlas.
Tal sometimiento es lugar común a todas las civilizaciones y formas culturales, y desde la prehistoria hasta nuestros días hay pruebas bien documentadas de una brutal inequidad al respecto. Hoy por hoy se refina al máximo cuando el varón se convierte en un “defensor” de los derechos humanos de las mujeres. Y no sólo eso: la sutileza de sojuzgarlas abarca la misma lucha de las mujeres por liberarse.
Me refiero al feminismo cuyo discurso alude a “la mujer” como sujeto universalista, desde un lugar social específico, como Europa y Estados Unidos, frente y en claro contraste con los nuevos sujetos femeninos, las nuevas organizaciones y metodologías en el caminar de las mujeres concretas como las indígenas, afrodescendientes, campesinas, etcétera.
Se trata de sujetos diversos, con vidas, afectos, deseos y voluntades que han de ser acogidas no por teorías y discursos uniformes, sino asimismo diversos. Veamos el ejemplo de Marina, indígena procedente de Santiago Atitlán, Guatemala, que además es campesina, madre soltera víctima de la violencia intrafamiliar, y migrante mancillada en el trayecto por territorio mexicano.

Ella se hospedó en el albergue para migrantes Casanicolás, ubicado en Guadalupe, N.L., durante el verano de 2009. Hubo de ser tratada psicológicamente por un cuadro agudo de estrés postraumático. Durante dicha terapia emergió su historia personal y familiar plena de dolor, en la que la dignidad –la vida misma- estuvo a punto de ser liquidada.
Ante Marina y su defensa no se puede arribar con un discurso universalizante sobre los derechos de las mujeres, reclamando para ella una igualdad clónica de género como consigna única, pues su condición de discriminación es multiforme.
La protección de una mujer, indígena, campesina, maltratada en el seno del hogar, abandonada por el padre de su hijo, obligada por la pobreza a dejar casa, tierra y familia y, por si lo anterior fuera poco, violentada por los salteadores de “La Bestia”, requiere una argumentación resemantizada que tome en cuenta la pluralidad de opresiones sexual, étnica-lingüística, económica, patriarcal.
Descolonizar los derechos de las mujeres es prerrequisito para empoderarlas. Frente a la sociedad machista e individualista que impone su ley en la mayoría de los ámbitos del quehacer humano, las mujeres migrantes de comunidades rurales toman conciencia de la necesidad de crear un espacio donde puedan recuperar su palabra y construir su vida.
Es la otra cultura que vuelve visible lo que la pobreza y el patriarcado han hecho invisibles; una cultura inclusiva, que se basa en la solidaridad, reciprocidad, empatía, alteridad, sensibilidad, resistencia, respeto a la otra, al otro, con la capacidad de escuchar, de escucharnos.

Una perspectiva descolonizadora de los derechos de las mujeres no contempla a éstas enfrentadas a los varones, una especie de “quítate tú para ponerme yo”, sino que las concibe dentro de la comunidad integrada por las dos mitades, ambas de la misma importancia, imprescindibles y autónomas, complementarias, pero no jerárquicas, con relaciones de reciprocidad.
No entiendo la expulsión del paraíso, magistralmente consignada bajo la forma de saga en el primer libro de la Biblia, como una maldición original que marca irremediablemente al género humano. El pecado, más que comer de un fruto prohibido, consistió en la no responsabilidad de tejer una nueva alianza antropocósmica e igualitaria entre los hombres y las mujeres

(TOMADO DEL PRIMER INFORME DE CASA NICOLAS, MUJERES MIGRANTES EN TRANSITO POR MONTERREY)

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