He visto esos ojos que casi se han secado de tanto llorar. De aullar ante el creador por la pérdida de un hijo, de una hija, del marido, etc. Ese llanto maternal lo volví a escuchar en la obra Crímenes Mojados, bajo la dirección del también actor Antonio Cravioto. Por principio de cuentas me atrae la idea de que la UANL disponga de una sala para exhibir una puesta sobre la terrible realidad que sufren los migrantes. Aunque es preciso apuntar que la gran tragedia la viven los centroamericanos en su paso por México. Es decir, en su búsqueda con el sueño americano, se toparon con la pesadilla Mexicana. Tan cabrona se ha vuelta esa realidad, que no escapa a los escenarios del Teatro. Llegué al Aula Magna con la expectativa de ser hipnotizado por una realidad que conozco, pero encontré al montaje preso de un ritmo monocorde. Creo que el cine sí consigue retratar a este fenómeno en su justa dimensión, como lo es La Bestia de Pedro Ultreras y la Vida de Sabina Rivas, de Mandoki, entre otros filmes que ya dan cuenta de una grave problemática en México. Insisto, me parece plausible que cientos de regiomontanos hallan llenado una sala para presenciar una puesta escénica sobre un problema social.
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La última escena me pareció una viva representación del desierto: el espejismo del capitalismo que se traga a sus ilusos. Pero todo el dolor desemboca en la Madre. Conceptualmente la obra nos atrapa reflexivamente. No así en cuanto a los trazos escénicos, ni en cuanto al dominio de sus personajes, excepto el experimentado Víctor Martínez, quien representa al padre que sale buscando alimentar las ilusiones de la familia. Su dominio del escenario y los matices de su voz, consiguen resolver el final de la puesta. Una vez más responde el tiempo a una de mis máximas: el dolor de una Madre , que busca a su hijo desaparecido, tarde que temprano termina por manchar las solapas del poder.
