Juan Bañuelos es una de las voces más poderosas de la poesía en lengua castellana. Bienvenida esta reunión de su obra, que es conversión del mundo a claridad.
Juan Bañuelos no es un literato adobado en tinta y de tintero. Es un poeta y sabe que “las palabras son hijas de la vida”. Su voz se instala en la historia, pero no de cualquier manera: él oye el habla de las cosas y está atravesado por el tiempo de todos. No sólo el de hoy. Este chiapaneco recorre la realidad con ojos antiguos muy presentes y provoca el encuentro de misterios. “El misterio imita al hombre”, dijo.
Su palabra abraza a la Naturaleza para volverla infancia y devolverla al lugar que nadie puede escupir. Aquí asoma el prodigio: Bañuelos funde su mito personal con los mitos colectivos del pasado y en su materia irreductible encuentra brillos de futuro. Es, como quiso, agua para todos que nunca se agota.
Sus imágenes tienen cara de recién sacadas de la tierra. Viven en estado constante de admiración, asombro y estupor. Estremece estas páginas una atención ética a “las luchas de los hombres y las batallas del espíritu” y, sobre todo, al enigma humano. Juan Bañuelos no va al pueblo, es pueblo desde allí, desde su humildad y su fulgor, desde la explotación, el hambre, la pobreza. De todo Juan sabe extraer belleza y esperanza, y esto es un milagro. Lo verdaderamente milagroso de los milagros, avisó Chesterton, es que a veces se producen.
En Bañuelos todo se vuelve otro y jamás despide el olor a moho de la costumbre poética. No mira lunas fósiles. En su poesía estallan viejas cóleras y sufrimientos de un pasado que presenta facturas todavía sin pagar. En la contradicción de esa no contemporaneidad con el presente que no la resuelve, Bañuelos avizora cargas de porvenir. Y no hay distancias entre tal saber memorizado y los territorios de la infancia, porque ni el uno ni los otros aceptan la injusticia. Toda injusticia mutila al niño de los hombres.
La poesía de Bañuelos no sólo ocupa la unidad de los contrarios: también ciñe la unidad de la unidad y los contrarios. Su palabra es joven, clara, vivida, y corrige lo que pasó. El dueño de esa palabra habrá nacido en 1932, pero tiene más de cinco siglos en su edad. “Con los que no conozco ni me conocen, caigo”, dijo. Y cumple con su propósito de tiempo: abarcar todas las épocas.